TRES NARRACIONES DE LA HUIDA A EGIPTO DE JESÚS – ISABEL DE VILLENA “VITA CHRISTI” – CAPS. XCII-XCIV.

3-Tabla Martin Torner S.XV.metirta.online

LA TABLA DE MARTÍN TORNER, de la colección Villalonga, de Palma de Mallorca, representa el taller doméstico de San José, con la Virgen sentada ante el telar y el Santo Patriarca trabajando en su banco de carpintero, con la ayuda del Niño Jesús. Martín Torner, según los documentos, era un artista mallorquín que trabajó en Valencia en 1480 y en 1497. Sus obras reflejan la influencia del pintor burgalés Alonso de Sedano, activo en Mallorca durante el último cuarto del siglo XV.

A finales del siglo XV, Isabel de Villena, hija de D. Enrique de Villena y abadesa de la Trinidad, de Valencia, escribió en catalán una Vita Christi, narración muy amplificada de la vida del Salvador, en la que pone a contribución el relato evangélico, las tradiciones de los apócrifos que le llegaron seguramente a través de las sumas hagiográficas antes mencionadas y sus brillantes y cultivadas dotes de mujer de letras, imbuida de la espiritualidad franciscana, influida indudablemente por los grandes místicos de los dos últimos siglos del medioevo y conocedora de los Santos Padres y de los autores de la antigüedad latina. Con una prosa señorial y expresiva, elaborada con femenina delicadeza y penetrada de piadosa ternura, Isabel de Villena narra las escenas de la infancia de Cristo. Su reconstrucción de la vida de la Sagrada Familia en los trabajos y penalidades del destierro, constituye uno de los fragmentos más emotivos de nuestra literatura religiosa. Está contenida en los capítulos 88 al 94 de su libro y de ellos transcribimos el siguiente texto, correspondiente a los capítulos 92 y 94, en traducción castellana.

 

DE CÓMO LA SEÑORA Y JOSÉ TRABAJABAN CON SUS MANOS PARA GANARSE LA VIDA, Y DE CÓMO EL SEÑOR LES AYUDABA EN LO QUE PODÍA

Y cuando la Señora comenzó a ser conocida de las mujeres de aquel país, dábanle trabajo de hilar y coser, y con dicho trabajo ganaba algún dinero con que pasar la vida, y del restante compró algunos enseres para la casa. Y del mismo modo, José hacía trabajos de carpintería y herrería, alquilándose a los maestros de aquel país hasta que reunió un menguado caudal. ¡Oh, quién puede imaginar el dolor que traspasaba el corazón de la piadosa Señora cuando veía a aquel venerable anciano obligado a trabajar en casa de estraños, en donde sufría grandes injurias y vituperios, y, llegando al atardecer a su casa cansado y dolorido, no tenía su merced con qué darle de cenar! Y por esta causa su señoría, muy afligida y atribulada, derramaba a menudo infinitas lágrimas, compadecida de la gran privación y necesidad que el santo viejo pasaba; y él se dolía y lamentaba mucho más de la pena de su merced que de sus propios trabajos. Y José, para aliviar la congoja de su señoría y para hacerle compañía en su casa, determinó no trabajar más a jornal, y compró una poca madera vieja con lo que había ganado con su trabajo; y desde entonces hacía obra en casa y la vendía a su puerta.

Y cuando el Señor hubo crecido, empezó a trabajar y ayudar a José como podía a medida de su edad, y servía a la Señora su madre en todo aquello que los hijos acostumbran a servir a sus madres. Y como la Señora no soportase que la sirviera pensando que era el Hijo de Dios y Creador suyo, Su Majestad le decía: «¡Oh Señora madre!, dejadme hacer, porque quiero dar ejemplo a los hombres, que son polvo y ceniza, para que aprendan a humillarse y no se avergüencen de hacer trabajos serviles por mi amor, acordándose de que yo he aborrecido todas las cosas que traen consigo honor y estimación, y me he ejercitado en aquellas que la miserable soberbia aparta y aborrece; porque vos, Señora madre, sabéis que os he dicho varias veces: Non veni ministrara sed ministrare; porque no he venido a este mundo para ser servido, sino para servir». Y la Señora, que conocía que aquella era la voluntad de su amado Hijo, le dejaba hacer lo que quería con gran dolor y compasión, en especial en presencia de extraños, para que no dijeran que era mal criado.

Y el Señor iba fuera de casa a por todo lo necesario, porque la Señora su madre no tenía en casa otro que la sirviera. Él la traía agua de la fuente, e iba con los demás muchachos a cortar leña y la llevaba a cuestas. Y la piadosa Señora, que le veía llegar de aquel modo cansado y sudoroso, salíale a recibir con los brazos abiertos; y descargándole presurosa, sentábale a su regazo, le besaba con ternura y le secaba el sudorcillo de la frente, y regaba su divino rostro con lágrimas mientras le decía: «¡Oh vida mía! ¿Y en tan poca edad queréis afligir de este modo vuestra persona? ¡Oh, Señor e hijo mío, cuánto me fatigan vuestros trabajos! Descansad, amor mío, si queréis que yo descanse». Y el Señor, para dar consolación y descanso a la Señora su madre, platicaba con ella un rato, y cuando había descansado volvía al trabajo con San José, no queriendo ya estar más ocioso, en prueba que la ocupación virtuosa y continuada era muy grata a Su Majestad. Y cuando la Señora su madre había terminado la libra de estambre o de lino, su clemencia la devolvía a quien perteneciese; y aquellas gentes de Egipto, rústicas y groseras, le acogían tan mal que muchas veces le echaban de casa, negándose a pagar el precio de la labor que les llevaba. Y el Señor, callando con mucha paciencia, volvía a la posada donde le esperaba la Señora su madre; y su señoría que le veía acercarse, conocía en su rostro la mala acogida que tuviera, con todo callarlo él, y traspasada de piadoso dolor, le entraba en la casa, diciendo: «¡Oh descanso de los atribulados!, y ¿quién ha osado atribularos de ese modo? ¡Oh, alegría de los ángeles! Y ¿quién ha entristecido vuestro divino rostro? Desde ahora, Hijo mío, no iréis más a llevar los encargos, que antes lo haré yo; porque prefiero que me insulten y me echen a mí que a vos, vida mía; que las injurias contra vos son para mí más duras de sollevar que las propias.

 

DE CÓMO LA SEÑORA TEJÍA EN UN TELAR QUE LE HABÍA HECHO JOSÉ, Y SU GLORIOSO HIJO DEVANABA CANILLAS Y SE LAS SERVÍA

Y la Señora, viendo que no bastaba lo que ganaba con la rueca, dijo a José que le hiciera un telar para que pudiera tejer. Y el Señor su hijo ayudó a José a construir dicho telar; y por esto la Señora tenía gran amor a aquel telar y tejía en él con singular placer, pensando que lo habían tocado aquellas sagradas manos de su amado Hijo. Y su merced compró un torno chico para que el Señor su hijo encanillase, y Él lo hacía con gran amor y diligencia, y daba las canillas a la Señora su madre con gran reverencia, y su merced las tomaba de sus manos con indecible dulzura besándolas muchas veces antes de colocarlas en la lanzadera. Y tan cariñoso era este glorioso Hijo con la Señora su madre, que siempre andaba junto a ella y la ayudaba en todos sus quehaceres, y carmenaba a menudo la tela que tejía; y cuando la Señora hilaba en las veladas, el Señor le contaba las husadas. Y, en compañía de su Hijo, la gloriosa Madre soportaba gozosa su trabajo que era mucho para su delicada persona, porque a todo atendía con la obra de sus manos.

 

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