LA MUJER EN EL ANTIGUO EGIPTO – CAMPESINAS, NOBLES Y REINAS.

                      POR: BARBARA FAENZA.   EGIPTOLOGA

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Aunque a lo largo de la historia del antiguo Egipto el estatus de la mujer experimentó importantes cambios, casi siempre mantuvo una libertad y unos derechos de los que griegas y romanas carecieron

Según nos cuenta un antiguo mito, al principio  de los tiempos no había nada  y sobre todas las cosas reinaba el Nun, una extensión de agua inmóvil rodeada por una oscuridad absoluta hasta que de ella surgió una colina, y, sobre está, el Dios Sol junto a él nació Maat, la, la divinidad del orden, el equilibrio y la justicia, principios indispensables para el comienzo de la creación. Maat personificaba la justicia y los valores éticos, y era la antítesis de lo que es injusto y contrario a las normas. Esta divinidad es una espléndida diosa tocada con una pluma de avestruz; es, pues, una mujer.

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La Princesa kawit. Relieve del sarcófago de Kawit

Si en la religión egipcia el elemento femenino era fundamental, en la vida cotidiana la mujer también gozaba de una libertad y consideración que habrían sido impensables, por ejemplo, para las griegas o las romanas.

 

 La mujer en la sociedad

En el arte egipcio, la mujer es omnipresente y aparece con un físico esbelto de eterna adolescente, una piel más clara que la de los hombres y unos ojos lánguidos alargados por el maquillaje. Hombros pequeños, caderas estrechas y miembros delicados hacen que su figura resulte menos imponente que la masculina, pero no menos importante. Observamos a la aristócrata en un banquete sentada con la misma dignidad que los hombres; la vemos beber vino y cerveza mientras habla con sus amigas o huele una flor de loto. Admiramos su cuerpo ceñido por prendas ajustadas y adornado con magníficas joyas. Seguimos a la mujer pobre que va al mercado a vender el fruto de sus tierras en compañía de sus hijos menores; la vemos agachada sobre los campos, recogiendo lino, y la observamos preparando cerveza, moliendo cereales y horneando el pan. Asimismo, admiramos la habilidad de las trabajadoras en los telares o concentradas en el envasado de perfumes. La mujer está en todas partes, se mueve en todos los ámbitos, su vida es activa y productiva.

Llamada «persona que vive en la ciudad», es decir «ciudadana», la mujer no estaba sometida a ninguna tutela, ni por parte del padre ni del marido. Su capacidad jurídica era completa e igual a la del hombre: podía adoptar, vender, heredar, firmar contratos… Así, un texto del Reino Medio cuenta la historia de una mujer muy valiente que demandó a su padre, al que acusaba de haber favorecido a su segunda mujer en detrimento de los hijos de su primer matrimonio: «Mi padre ha cometido una irregularidad —se lamenta—. ¿Puedo recuperar mis bienes?». También hay que recordar la historia de Naunakhte, mujer de humilde condición casada con un trabajador y que nombró heredera de casi todos sus bienes a una hija, desheredando al resto de sus hijos, que no la habían ayudado durante la vejez. Afirma Naunakhte: «A los que pusieron sus manos sobre las mías, les daré bienes, pero a los que nada me dieron no les daré mis bienes».

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Sirvienta semidesnuda atendiendo a varias mujeres

La ley otorgaba a la mujer los mismos derechos y los mismos deberes que al hombre, situación muy diferente a la de la mujer griega y romana, que, considerada incapaz de razonar y de tomar decisiones, contaba siempre con la supervisión de un tutor masculino, costumbre que se acabó exportando a orillas del Nilo a partir de la conquista de Alejandro Magno. En la mayoría de los casos, la mujer ostentaba el título de nebet per, «señora de la casa», ya que administraba los bienes de la familia y se ocupaba de preparar la comida, coser la ropa y cuidar a los hijos. Sin embargo, a lo largo de la historia también se documenta la existencia de mujeres escribas, una labor que ejercían gracias a las enseñanzas de un tutor privado o porque habían ido a la escuela. Porque la sociedad egipcia ofrecía a las mujeres la posibilidad de acceder a profesiones normalmente desempeñadas por hombres, aunque en menor proporción. A partir del Reino Medio, cuando la sociedad se volvió cada vez más militarizada, la administración sería gestionada sólo por hombres y, en la mayoría de los casos, la mujer quedó relegada « sólo» a la categoría de nebet per, señora de la casa.

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Torso femenino de la reina Nefertiti,esposa de Akhenatón.

 ¡Vivan los novios!

«Si eres una persona virtuosa, funda tu hogar. Ama a tu esposa con ardor», enseñaba un sabio de la época de las pirámides. El matrimonio era un acto fundamental en el Antiguo Egipto y la base de la sociedad. Tenía un carácter privado, y consistía simplemente en irse a vivir juntos. Casarse se llamaba «sentarse con», que por extensión puede entenderse como «vivir con». Existen numerosos grupos escultóricos de parejas abrazadas o cogidas de la mano que podrían representar el momento del matrimonio, inmortalizado para toda la eternidad. En el Egipto actual, los novios, durante la celebración del matrimonio, permanecen sentados en sillas, inmóviles, mientras a su alrededor se desata la fiesta. En el antiguo Egipto, las fiestas nupciales, como hoy, eran largas y exigentes, y podían suponer un motivo de ausencia del trabajo, como pone de manifiesto el registro de asistencia de los trabajadores de la ciudad de Deir el-Medina, en el que leemos, por ejemplo: «Nebsemen está ausente, celebra su fiesta». ¡Ausencia justificada!

Para apreciar correctamente el estatus de la mujer y el valor que se le reconocía debemos recordar que después del matrimonio con», que por extensión puede entenderse como «vivir con». Existen numerosos grupos escultóricos de parejas abrazadas o cogidas de la mano que podrían representar el momento del matrimonio, inmortalizado para toda la eternidad. En el Egipto actual, los novios, durante la celebración del matrimonio, permanecen sentados en sillas, inmóviles, mientras a su alrededor se desata la fiesta. En el antiguo Egipto, las fiestas nupciales, como hoy, eran largas y exigentes, y podían suponer un motivo de ausencia del trabajo, como pone de manifiesto el registro de asistencia de los trabajadores de la ciudad de Deir el-Medina, en el que leemos, por ejemplo: «Nebsemen está ausente, celebra su fiesta». ¡Ausencia justificada!

3-Matrimonio formado por Mami y su esposa Sabu. Dinastia V.metirta.online

Matrimonio formado por Mami y su esposa Sabu. Dinastia V.

Para apreciar correctamente el estatus de la mujer y el valor que se le reconocía debemos recordar que después del matrimonio conservaba su nombre y su genealogía, y no añadía el nombre del marido al suyo. Los hombres libres podían casarse con esclavas, y en este caso la mujer era liberada y los hijos que nacían de esta unión eran personas libres. ¿Y sí sucedía lo contrario? La historia de maor de Takemenet, una muchacha que vivió durante el Reino Nuevo, nos enseña muchas cosas: se enamoró del esclavo de su tío, prisionero de guerra del faraón Tutmosis III y quiso casarse con él. No sólo obtuvo la aprobación de toda su familia, que le proporcionó una rica dote, sino que el amado esclavo recibió una herencia por parte de su tío el título de barbero del templo.

Documentos muy interesantes y de gran modernidad son los llamados “contratos matrimoniales” cuyo contenido escandalizó sobremanera a los griegos. El historiador Diodoro de Sicilia llegó a afirmar que, con estos contratos, el marido se comprometía a obedecer en todo a su mujer. En realidad, servían para proteger económicamente a la esposa si se disolvía la unión, ya que ésta debía abandonar el techo conyugal mientras que los hijos permanecían a cargo del padre.

 

 En caso de divorcio

Así, en los contratos matrimoniales constaba que a la mujer le correspondía lo que aportó en el momento de la boda (la dote), un tercio de los bienes gananciales y una pensión de alimentos, una especie de paga vitalicia. Si el marido no podía devolverle los bienes que le pertenecían, debía mantenerla bajo su techo hasta que fuera capaz de cumplir con sus obligaciones. Esto, en caso de que el divorcio se debiera a la existencia de otra mujer, podía resultar muy engorroso para él, ya que debería vivir bajo el mismo techo con su ex mujer y su nueva compañera. Pero incluso con todas estas garantías, la preocupación de los padres por el futuro de una hija casada era considerable, como atestigua una carta del Reino Nuevo escrita por un padre amoroso: «Tú eres mi hija, y si el trabajador Baki te repudia del hogar conyugal podrás vivir en mi casa, que yo construí; nadie podrá echarte de ella».

¿Y si una mujer se quedaba viuda? Para las más pobres esto podía ser una auténtica desgracia, ya que perdían ala única fuente de sustento de la familia: el marido. Si los hijos eran pequeños tenían que estar con su madre, con todos los problemas que ello pudiera ocasionar, aunque la viuda, identificada con la diosa Isis, gozaba de una cierta benevolencia y era considerada como una Isis terrenal. «Practica la justicia todo el tiempo que permanezcas sobre la tierra —aconsejaban los sabios—, consuela al afligido, no oprimas a la viuda ».

 

GRONOLOGÍA

REINAS DE PLENO DERECHO

Hacia 2814 a.C

La reina Merneith actúa como regente durante la minoría de edad de su hijo, el futuro faraón Den (dinastía I). Es enterrada con honores reales inéditos hasta entonces.

1763-1760 a.C

El último gobernante de la dinastía XI es una mujer: la reina Neferusobek, hija del rey Amenhemat III y hermana de Amenhemat IV. Durante su reinado toma apelativos masculinos.

1479-1458 a.C.

Hatsepshut asume la regencia durante la minoría de edad de Tutmosis III, su hijastro y sobrino, y se proclama faraón. Hay estudiosos que creen que la reina quería fundar una dinastía femenina.

1192-1191 a.C.

El final de la dinastía XIX está marcado por el reinado de la reina Tausert, madre de Siptah. Tras la muerte de su hijo toma el poder, en un período muy convulso de la historia de Egipto.

5130 a.C

La reina Cleopatra VII es la última gobernante de Egipto antes de que el país del Nilo sea declarado provincia romana tras su conquista por Octaviano, el futuro emperador Augusto.

 

Para saber más

La mujer en tiempos de los faraones – Ch. Desroches Noblecourt. Complutense, Madrid, 2009.

Hijas de Isis, la mujer en el antiguo Egipto – Tyldesley. Martínez Roca, Barcelona, 1998.

 

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